Bagdad en Llamas - Baghdad Burning: September 2007

Bagdad en Llamas - Baghdad Burning

Te encontraré a la vuelta del recodo mi amig@, donde los corazones pueden sanar y las almas reponerse

Thursday, September 06, 2007

Dejar el hogar ....

Hace dos meses las maletas estaban hechas. Mi solitaria, gran maleta ha estado en mi habitación durante casi seis semanas, tan llena de ropa y artículos personales que para cerrar la cremallera necesité la ayuda de E. y de nuestro vecino de seis años.

Hacer esa maleta fue una de las cosas más difíciles que he tenido que hacer. Era “Misión Imposible”: Tu misión, R., deberías aceptar que es examinar detenidamente las cosas que has acumulado durante casi más de tres décadas y decidir de cuáles no puedes prescindir. La dificultad de tu misión, R., es que tienes que meter estas cosas en un espacio que mide 1mx0,7mx0,4m. Esto, por supuesto, incluye la ropa que te pondrás durante los próximos meses, además de todos tus pertenencias personales – fotos, diarios, animales disecados, Cds y cosas parecidas.

Hice y deshice la maleta cuatro veces. Cada vez que la deshacía, juraba que iba a eliminar algunas de las cosas que no eran absolutamente necesarias. Cada vez que la hacía de nuevo, añadía más “chismes” que la vez anterior. Al final, E. vino un mes y medio más tarde e insistió en cerrar la cremallera de la bolsa para que no me tentase actualizar su contenido continuamente.

La decisión de que cada uno de nosotros llevaría una maleta la tomó mi padre. Echó un vistazo a la caja de recuerdos variados que estábamos empezando a preparar y fue el final: se compraron cuatro grandes maletas idénticas, una para cada miembro de la familia, y una quinta más pequeña fue rescatada de un armario para la documentación que necesitaríamos todos: certificados de estudios, documentos de identificación personal, etc.

Esperamos... y esperamos... y esperamos. Estaba decidido que nos iríamos de mediados a finales de Junio – los exámenes habrían terminado y como planeábamos irnos con mi tía y sus dos hijos, esa era la fecha que considerábamos más conveniente para todos. El día que finalmente habíamos fijado como EL DIA, nos despertó una explosión a menos de 2 km y un toque de queda. El viaje se pospuso una semana. La noche anterior al día en que estaba previsto el viaje, el conductor que era dueño del GMC que nos llevaría a la frontera, se excusó del viaje. Su hermano había sido asesinado en un tiroteo. De nuevo, se pospuso otra vez.

Llegó un punto durante los últimos días de Junio en que yo simplemente me sentaba encima de mi maleta cerrada y lloraba. A primeros de Julio, estaba convencida de que nunca nos iríamos. Estaba segura de que la frontera irakí estaba tan lejos de mí como las fronteras de Alaska. Nos había costado bastante más de dos meses decidir irnos en coche en lugar de en avión. Nos había llevado otro mes más decidirnos por Siria en lugar de Jordania. ¿Cuánto íbamos a tardar en volver a programar la partida?

Sucedió casi de la noche a la mañana. Mi tía nos llamó con la excitante noticia de que uno de sus vecinos iba a partir hacia Siria en 48 horas porque su hijo estaba siendo amenazado y querían que otra familia hiciese el camino con ellos en otro coche, como gacelas en la jungla es más seguro viajar en grupo. Fue un barullo de actividad durante dos días. Comprobamos para asegurarnos que todo aquello que posiblemente fuésemos a necesitar estaba preparado y empaquetado. Logramos que un primo lejano de mi mamá que se iba a quedar en nuestra casa con su familia, viniese la noche anterior a nuestra partida (no podemos dejar la casa vacía porque alguien la puede ocupar).

Fue una despedida llena de lágrimas cuando dejamos la casa. Una de mis otras tía y un tío vinieron a decirnos adiós la mañana del viaje. Fue una mañana solemne, y yo me había estado preparando los últimos dos días para no llorar. No vas a llorar, me decía, porque vas a volver. No vas a llorar porque sólo es un corto viaje como los que solías hacer a Mosul o a Basrah antes de la guerra. A pesar de que me aseguraba a mi misma que la vuelta sería segura y feliz, pasé varias horas antes de la partida con un gran nudo en la garganta. Me ardían los ojos y me goteaba la nariz, a mi pesar. Me decía a mi misma que era alergia.

La noche anterior a tener que irnos no dormimos porque parecía que teníamos tantas pequeñas cosas que hacer... Ayudó que no hubo nada de suministro eléctrico – el generador del barrio no funcionaba y la “electricidad nacional” era desesperante. Simplemente no había tiempo para dormir.

Las últimas horas en la casa fueron como una nebulosa. Era hora de irse y fui de habitación en habitación despidiéndome de todo. Dije adiós a mi pupitre – el que había utilizado durante el bachillerato y la universidad. Me despedí de las cortinas, y de la cama, y del sofá. Dije adiós a la butaca que E. y yo rompimos cuando éramos más jóvenes. Me despedí de los tontos juegos de mesa por los que discutíamos inevitablemente – el Monopoly en árabe al que le faltaban cartas y dinero y que nadie tenía el coraje de tirar.

Supe entonces como sé ahora que eso sólo eran objetos, las personas son mucho más importantes. No obstante, una casa es como un museo en el que cuentan cierta historia. Miras un trofeo o a un muñeco de peluche, y se abre ante tus propios ojos un capítulo de recuerdos. De repente me sorprendió que quisiera dejar muchas menos cosas de las que pensaba.

Por fin dieron las seis de la mañana. El GMC esperaba fuera mientras juntábamos las cosas de primera necesidad: un termo con té caliente, galletas, zumo, aceitunas (¡¿aceitunas?!) que mi padre insistió en que llevásemos con nosotros en el coche, etc. Mi tía y mi tío nos miraban afligidos. No hay otro adjetivo para describirlo. Era la misma mirada que yo tenía en los ojos cuando observaba a otros parientes y amigos prepararse para irse. Un sentimiento de impotencia y desesperación, teñido de rabia. ¿Por qué se tenía que ir la gente buena?

Lloré mientras nos íbamos, a pesar de las promesas de no hacerlo. La tía lloraba... el tío lloraba. Mis padres intentaron ser estoicos pero había lágrimas en sus voces cuando se despedían. Lo peor es decir adiós y preguntarte si volverás a ver alguna vez a estas personas. Mi tío me ajustó el chal que me había puesto sobre el pelo y me aconsejó firmemente “déjatelo puesto hasta llegar a la frontera”. La tía salió corriendo detrás nuestro mientras el coche salía del garaje y vació un cuenco de agua sobre la tierra, que es una tradición para desear a los viajeros un retorno seguro... con el tiempo.

El viaje fue largo y sin sobresaltos, aparte de dos controles por parte de hombres enmascarados. Pidieron ver la identificación, echaron un vistazo a los pasaportes y nos preguntaron a dónde íbamos. Lo mismo hicieron con el coche que iba detrás nuestro. Esos controles son terroríficos pero he aprendido que la mejor técnica es evitar el contacto visual, responder cortésmente a las preguntas y rezar en voz baja. Mi madre y yo habíamos sido cuidadosas en no llevar ninguna joya aparente, sólo por si acaso, y las dos íbamos con falda larga y pañuelo en la cabeza.

Siria es el único país, aparte de Jordania, que estaba permitiendo entrar a la gente sin visado. Los jordanos están siendo horribles con los refugiados. Las familias se arriesgan a que las devuelvan a la frontera jordana o les niegan la entrada en el aeropuerto de Amman. Es un riesgo demasiado elevado para la mayoría de las familias.

Esperamos durante horas a pesar de que el chofer que nos llevaba tenía “contactos”, lo que quería decir que había estado en Siria y había vuelto tantas veces que conocía a toda la gente idónea que sobornar para un paso seguro por la frontera. Las lágrimas habían cesado más o menos una hora después de que dejásemos Bagdad. Sólo con ver las sucias calles, las ruinas de edificios y casas, el horizonte lleno de humo, me ayudó a darme cuenta de lo afortunada que era por tener la oportunidad de algo más seguro.

Tan pronto como estuvimos fuera de Bagdad, el corazón dejó de dolerme como lo había hecho mientras nos íbamos. Los coches que estaban junto al nuestro en la frontera me estaban poniendo nerviosa. Odiaba estar en medio de tantos vehículos posiblemente explosivos. Parte de mí quería estudiar las caras de la gente que me rodeaba, la mayoría familias, y otra parte de mí, la que ha sido entrenada para no meterse en problemas durante los últimos cuatro años, me decía que mantuviese la vista en mi misma, que casi había terminado.

Por fin llegó nuestro turno. Estaba sentada rígida dentro del coche y esperé mientras el dinero cambiaba de manos; nuestros pasaportes fueron examinados y finalmente sellados. Nos hicieron pasar y el conductor sonrió con satisfacción. “Ha sido un viaje fácil, Alhamdulillah”, dijo alegremente.

Mientras cruzábamos la frontera y vi las últimas banderas de Irak, de nuevo empezaron las lágrimas. El coche estaba en silencio, excepto por el charloteo del conductor que nos estaba contando historias de aventuras que había tenido mientras cruzaba la frontera. Miré a hurtadillas a mi madre sentada a mi lado y también a ella le afloraban las lágrimas. Sencillamente no había nada que decir mientras dejábamos Irak. Quería sollozar pero no quería parecer un bebé. No quería que el chofer pensase que era una desagradecida por la oportunidad de dejar lo que se había convertido en un infierno durante los cuatro años y medio últimos.

La frontera siria estaba igualmente atestada, pero el ambiente era más relajado. La gente salía de sus coches y se estiraba. Algunos reconocían a otros y se saludaban o compartían tristes historias o comentarios a través de las ventanillas de los coches. Lo más importante, todos éramos iguales. Sunníes y chiíes, árabes y kurdos... todos éramos iguales ante el personal de la frontera siria.

Todos éramos refugiados – ricos o pobres. Y todos los refugiados se parecen – hay una expresión única que encontrarás en sus caras – alivio mezclado con pena, teñido de miedo. Casi todas las caras tienen el mismo aspecto.

Los primeros minutos después de pasar la frontera fueron abrumadores. Abrumador alivio y abrumadora tristeza... ¿Cómo puede ser que sólo un tramo de varios kilómetros, y quizá veinte minutos, separen tan firmemente vida y muerte?

¿Cómo es que una frontera que nadie puede ver ni tocar se erija entre coches bombas, milicias, escuadrones de la muerte y... paz, seguridad? Es difícil de creer, incluso ahora. Estoy aquí sentada y escribo esto y me pregunto por qué no puedo oir las explosiones.

Me pregunto cómo es que las ventanas no tintinean cuando los aviones pasan por encima. Estoy intentando librarme de tener la expectativa de que gente armada vestida de negro va a irrumpir en la puerta y en nuestras vidas. Intento que mis ojos se vayan acostumbrando a las calles libres de barreras de control, vehículos militares Hummer y retratos de Muqtada y los demás...

¿Cómo es que todo esto desaparece con un breve trayecto en coche?


- posted by river @ 12:06 AM
 
HispaLab
HispaLab