Bagdad en Llamas - Baghdad Burning: <strong>La Incursión</strong>

Bagdad en Llamas - Baghdad Burning

Te encontraré a la vuelta del recodo mi amig@, donde los corazones pueden sanar y las almas reponerse

Saturday, February 11, 2006

La Incursión


Hace unos días nos juntamos en casa de mis tías por la fiesta de cumpleaños de mis primos. J acababa de cumplir 16 y mi tía nos invitó a merendar y a algo de pastel. Fue una reunión muy pequeña: tres primos – incluyéndome a mí- mis padres y el mejor amigo de J, quien resultó que también era vecino.

La merienda fue bastante buena –mi tía posiblemente sea una de las mejores cocineras de Baghdad. Hace cocina tradicional irakí y para el cumpleños de J. había preparado todos nuestros platos favoritos: dolma (arroz y carne envueltos en hojas de parra, cebollas, guindillas, etc), arroz beryani, pollo relleno y unas ensaladas. El pastel estaba recién hecho y tenía la forma de un amistoso pez, ya que el padre de J. había olvidado que ella es Acuario y no Piscis cuando lo eligió, “Creía que todo el que nacía en Febrero era Piscis cuando lo escogí...” explicó cuando le indicamos su error.

A la hora de apagar las velas, se había ido la luz y estuvimos en la oscuridad alrededor suyo, y cantamos “Cumpleaños feliz” en dos idiomas diferentes. Apretó los ojos brevemente para pedir un deseo y después, con un único soplido, apagó las velas. Empezó a abrir los regalos – un pijama de ositos, un CD de un gupo de chicos, un jersey con unas cosas brillantes, una bolsa para los libros roja y beis... los típicos regalos para una adolescente.

Sin embargo, el regalo que le hizo más feliz se lo dio su padre. Después de que los hubo abierto todos, le tendió un paquete plateado bastante pequeño, aunque pesado. Lo desenvolvió apresuradamente y tomó aire encantada, “Papá, es precioso”. Sonreía mientras lo levantaba a la luz de la lámpara de gas para enseñarlo. Era una navaja del ejército suizo, completa con sacacorchos, cortauñas y abredor de botellas.

“Puedes llevarlo por ahí en tu bolso como protección cuando vayas a los sitios”, le explicó. Ella sonrió y sacó la navaja con cuidado, “Y mira, ¡cuando la navaja está limpia sirve como espejo!”. Todos dijimos oh y ah con admiración y T., otra prima, comentaron que conseguirían una cuando el ejército suizo empezase a hacerlas en color rosa.

Intenté acordarme de lo que me regalaron cuando cumplí los 16 y estaba segura de que no fue un cuchillo de ninguna clase.

Para las 8 de la tarde mis padres y el vecino de J. ya se habían ido. Nos habían dejado a mí y a T, nuestra prima de 24 años, a pasar la noche. Eran las dos de la madrugada cuando conseguimos meter en la cama al hermano pequeño de J. Había comido más que su ración del pastel y el azúcar le había vuelto salvaje durante un par de horas.

Estábamos reunidas en la sala y mi tía y su marido, Ammoo S. (Ammoo = tío) estaban durmiendo. T., J. y yo hablábamos en voz baja y estábamos buscando canciones en la radio, porque habíamos jurado no ir a dormir hasta que se hubiera acabado todo el pastel. T. estaba jugando tontamente con su teléfono móvil, intentando mandar un mensaje a un amigo. “Oye, aquí no hay cobertura... ¿sólo es mi teléfono?”, preguntó. Ambas, J. y yo sacamos nuestros teléfonos y lo comprobamos, “¡el mío tampoco funciona...! contestó J., sacudiendo la cabeza. Las dos se volvieron hacia mí y les dije que yo tampoco conseguía señal. J. de repente se alertó e hizo un sonido parecido a “uh-oh” mientras se acordaba de algo. “R., ¿te importaría comprobar el teléfono que está junto a tí?” Levanté el auricular del teléfono que estaba junto a mí y contuve la respiración, esperando el tono de señal. Nada.

“No hay señal... pero hoy antes había. Estuve hablando...”.

J. frunció el cejo y apagó la radio. “La última vez que pasó”, dijo, “la zona estaba invadida”. La habitación se quedó de repente en silencio y agudizamos el oído. Nada. Podía oir un generador un par de calles más lejos, y también oí el lejano ladrido de un perro, pero no había nada fuera de lo normal.

T. de repente se sentó derecha, “¿Oís eso?”, preguntó, con los ojos muy abiertos. Al principio yo no pude oir nada y entonces lo capté, era el ruido de coches y vehículos, moviéndose despacio. “Puedo oirlo”, le contesté a T,. poniendome de pie y dirigiéndome a la ventana. Miré fuera en la oscuridad y no pude ver nada más allá de las confusas luces de las lámparas detrás de los cristales aquí y allá.

”No verás nada desde aquí, probablemente es en la carretera principal”. J. se levantó de un salto y fue a despertar a su padre, “Papá, papá, levántate. Creo que hay una incursión en la zona” oí que gritaba mientras se acercaba a la habitación de sus padres. Ammoo S. se despertó en seguida y oí cómo buscaba sus zapatillas y su túnica mientras preguntaba qué hora era.

Entre tanto, el ruido de coches se había hecho más audible y me acordé de que se podía ver parte del vecindario desde una ventana de la segunda planta. T. y yo subimos las escaleras silenciosamente. Oímos a Ammoo S. descorriendo 5 cerrojos diferentes de la puerta de la cocina. “¿Qué hace?”, preguntó T, “¿no debería dejar las puertas cerradas?”. Estábamos mirando por la ventana y había luces unas pocas calles más allá. No podía ver de dónde venían exactamente porque varias casas nos tapaban la vista, pero podíamos decir que algo raro pasaba en el vecindario. El ruido de vehículos se oía cada vez más, y lo acompañaba el rechinar de puertas y luces que de vez en cuando destellaban.

Bajamos alborotadas al piso de abajo y nos encontramos con que J. y la tía se arremolinaban en la oscuridad. “¿Qué vamos a hacer?”, preguntó T, mientras se retorcía nerviosa las manos. La única vez que yo había experimentado una incursión fue en el 2003 en la casa de un tío, y fueron los americanos. Esta era la primera vez en que era testigo de los que suponíamos que era un “raid” irakí.

Mi tía bullía en silencio, “Esta es la tercera vez en dos meses en que los bastardos hacen una incursión en la zona... Nunca conseguiremos estar en paz o tranquilos” Yo estaba de pie en la puerta de su dormitorio y miraba hacía la cama. Vivían en un barrio mixto -suníes, chiíes y cristianos. Era un barrio relativamente nuevo que empezó a crecer a finales de los ochenta. La mayoría de los vecinos se conocían desde hacía años. “No sabemos qué es lo que buscan...La llaha lla Allah...”.

Yo estaba torpemente de pie, viendo cómo hacían los preparativos. J. ya estaba cambiándose en su habitación, y nos llamó para que hiciésemos lo mismo. “Van a entrar en casa, no querréis estar en pijama...”

” ¿Por qué? ¿Es que llevan cámaras?”, sonrió T débilmente, intentando una broma. No, contestó J., con la voz embozada mientras se ponía un jersey, “La última vez nos hicieron esperar fuera, al frío”. Intenté oir a Ammoo S. y le escuché fuera, quitando el candado grande de la puerta de entrada vehículos. “¿Por qué estais abriendo todo J.?”, grité en la oscuridad.

”Estos animales echarán abajo las puertas si no se les abre en tres segundos y entonces andarán por el jardín y por la casa... la última vez empujaron la puerta del pobre Abu H, tres casa más abajo y le rompieron el hombro...” J. se había cambiado entera, y encima de los vaqueros y del jersey se había puesto su túnica. Hacía frío.

Mi tía también se había vestido y estaba subiendo arriba para bajar a mi primo B de tres años. “No quiero ver que se despierte con todo el ruido y se encuentre con esos bastardos alrededor suyo en la oscuridad”.

Veinte minutos más tarde estábamos todos reunidos en la sala. La casa estaba a oscuras excepto por la cálida luz de la estufa de queroseno y de una pequeña lámpara en la esquina. Todos estábamos vestidos y esperando nerviosos, envueltos en mantas. T y yo sentadas en el suelo mientras que mi tía y su marido estaban sentados en el sofá, B. entre los dos envuelto en una manta. J. estaba sentada en una butaca enfrente suyo. Eran casi las 4 de la mañana.

Mientras, fuera los ruidos habían aumentado según se acercaba la incursión. De vez en cuando se podían oir voces gritando a gente que abriera la puerta ó el violento golpe de un rifle contra una puerta.

La última vez en que habían hecho una incursión en la zona de mis tíos, se llevaron a cuatro hombres solamente en su calle. Dos de ellos eran estudiantes de veintipocos años - uno un estudiante de derecho, y otro un estudiante de ingeniería, y el tercero era un abuelo de sesenta y pocos años. No hubo acusación, ningún problema, se les ordenó simplemente que salieran fuera, se les montó en una camioneta blanca y se los llevaron junto con un grupo de otros hombres del barrio. Sus familias no saben nada de ellos desde entonces y visitan la morgue casi todos los días pensando que los van a encontrar muertos.

”NO va a haber ningún problema”, dijo mi tía seria mientras nos miaraba a cada uno de nosotros, con los labios apretados. “No direis nada inadecuado y ellos entrarán, echarán un vistazo y se irán”. Sus ojos se pararon en Ammoo S. Estaba callado. Se había encendido un cigarrillo y estaba aspirando profundamente. J dijo que había vuelto a empezar a fumar hacía un par de meses después de haberlo dejado durante diez años. “¿Tienes los papeles preparados?, le preguntó, refiriéndose a su documentos de identificación, los cuales le iban a pedir. El no contestó, pero asintió en silencio con la cabeza.

Esperamos. Y esperamos... Empecé a dar cabezazos y mis sueños se esparcieron entre tropas, coches y hombres encapuchados. Me desperté al oir a T decir “Ya están casi aquí...” Y levanté la cabeza, atontada por lo que creia que habían sido tres horas durmiendo. Bajé la vista a mi reloj y ví que aún no eran las 5 de la mañana. “¿No han llegado hasta nosotros todavía?”, pregunté.

Ammoo S estaba dando vueltas por la cocina. Podía oir sus idas y venidas en zapatillas, parando de vez en cuando ante la ventana. Mi tía seguía en el sofá – se sentó con B en brazos, acunándolo suavemente y murmurando oraciones. J estaba haciendo un chequeo de última hora, escondiendo las cosas de valor y juntando nuestros bolsos en el salón. “Se llevaron el móvil de “baba” en la última redada, aseguraros de que tenéis con vosotros vuestros móviles”.

Podía sentir el corazón latiéndome en los oídos y me acerqué a la estufa de queroseno en un intento de disipar el frío que parecía haberse adueñado permanentemente de mis dedos de pies y manos. T temblaba, envuelta en su manta. Le señalé la estufa pero sacudió la cabeza y me contestó “Yo... mmm... no tengo... fríooo...”.

Sucedió diez minutos más tarde. Resonó un gran ruido de la puerta del jardín y voces gritando “Ifta 7u (ABRID)”. Oí a mi tío fuera, gritando “Estamos abriendo la puerta, estamos abriendo...”. Un momento y ellos estaban dentro de casa. De repente la casa se llenó de hombres extraños, gritando órdenes y entrando en las habitaciones. Era el caos. Podíamos ver luces que brillaban en el jardín y luces procedentes de los vestíbulos. Pude oir a Ammoo S hablando fuera en voz alta, diciéndoles que su mujer y sus “hijos” eran los únicos que estaban en la casa. ¿Qué estaban buscando? ¿Algo estaba mal?, preguntó.

De repente, dos de ellos estaban en el salón. Estábamos todos sentados en el sofá, cerca de mi tía. Mi primo B para entonces ya estaba despierto, con los ojos muy abiertos de miedo. Llevaban grandes lámparas o linternas y uno de ellos dirigió un Klashnikov hacia nosotros. “¿Hay alguien más aquí aparte de tí y de ellos”, le espetó uno de ellos a mi tía. “No, sólo nosotros y mi marido que está fuera con vosotros. Puedes registrar la casa.” Las manos de T se elevaron para bloquear la brillante luz de la antorcha y uno de ellos le gritó que bajase las manos, que cayeron a su regazo flácidamente. Bizqueé por la fuerte luz y cuando ajusté la vista me dí cuenta de que llevaban máscaras, enseñando únicamente los ojos y la boca. Miré a mis primos y noté que T apenas respiraba. J estaba sentada completamente rígida, con la vista enfocada en nada en particular, y casi no me doy cuenta de que ella llevaba el jersey al revés.

Uno de ellos matuvo el Klashnikov dirigido contra nosotros, y el otro empezó a abrir los armarios y a registrar detrás de las puertas. Estábamos en silencio. Los únicos ruidos procedían de mi tía, que estaba rezando con un trémulo susurro, y del pequeño B, que se estaba chupando el dedo pulgar, con los ojos muy abiertos de miedo. Pude oir al resto de la tropa andando alredeor de la casa, abriendo vitrinas, puertas y armarios. Traté de oir a Ammoo S, esperando escucharle fuera pero sólo pude distinguir las ásperas voces de las tropas. Los minutos que permanecimos sentados en el salón parecía que iban a durar para siempre. No sabía exactamente a dónde mirar. Mis ojos siguieron vagando al hombre del arma y supe que seguir mirándole no era una buena idea. Bajé la vista a un periódico que tenía a los pies e intenté leer los titulares al revés. Miré de nuevo a J – se corazón latía tan fuerte que el pequeño colgante de plata que mi madre le había dado justo ese día latía en su pecho al mismo tiempo que su corazón.
De repente, alguien gritó algo desde fuera y se acabó. Comenzaron a salir de casa apresuradamente, casi tan rápido como la habían invadido. Portazos, luces que se apagan. Otra vez estábamos a oscuras, sin atrevernos a movernos del sofá en el que estábamos sentados, escuchando cómo desaparecían, dejando sólo a dos junto a nuestra puerta.

”¿Dónde está “baba”?” Preguntó J, con un ataque de pánico un momento antes de que oyésemos sus zapatillas en el sendero. “¿Se lo han llevado?”, su voz se iba elevando. Por fín Ammoo S entró en casa, con aspecto de cansado y agotado. Podía decir que su cara estaba pálida incluso en la relativa oscuridad de la casa. Mi tía se sentó, sollozando calladamente en la sala, T consolándola. “Las casas ya no son sagradas.. No podemos dormir... No podemos vivir... Si no se puede estar seguro en tu propia casa, ¿dónde vas a estar seguro? Animales... bastardos...”

Pocas horas más tarde descubrimos que uno de nuestros vecinos, dos casas más abajo, había muerto. Abu Salih era un hombre de setenta y tantos años, y cuando los mercenarios irakíes irrumpieron en su casa sufrió un ataque de corazón. Su nieto no pudo llevarle al hospital a tiempo porque las tropas no le dejaron salir de casa hasta que no terminaron con ella. Su nieto nos contó más tarde ese día que irakiíes estaban registrando las casas, pero que las tropas americanas rodeaban y aseguraban la zona. Fue una incursión coordinada.

Se llevaron por lo menos a dies hombres sólo de la zona de mis tíos – con edades entre 19 y 40 años, en la calle detrás de la nuestra no hay ni una casa en la que haya un hombre de menos de 50 años – abogados, ingenieros, estudiantes, simples trabajadores- todos arrastrados lejos por las “fuerzas de seguridad” del Nuevo Irak. Lo único que tienen en común es que proceden de familias suníes (excepto dos de ellos de quienes no lo sé seguro).

No pasamos el día volviendo a poner las ropas en los armarios, comprobando si echábamos de menos algo (un reloj, un abridor de cartas de latón y un walkman), y quitando la suciedad y el barro las alfombras. Mi tía estaba como posesa limpiando y desinfectando todo y diciendo que todo estaba “sucio, sucio, sucio...”. J ha jurado que no va a volver a celebrar su cumpleaños nunca más.

Es casi divertido – sólo un mes más tarde, estábamos viendo un anuncio en algún canal árabe vía satélite – puede que Arabiya. Estaban poniendo un anuncio sobre las fuerzas de seguridad irakíes y daban una serie de números a los que los irakíes se suponía que tenían que llamar en caso de ataque terrorista... Llama a ESTE número si necesitas que la policía te proteja de ladrones o secuestradores.. Llama a ESE número si necesitas que la Guardia Nacional o fuerzas especiales te protejan de terroristas... Pero...

¿A quién se puede llamar para que te proteja de las fuerzas de seguridad del Nuevo Irak?

- posted by river @ 12:43 AM
 
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